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Hegemonía

La crisis italiana tiene su origen en décadas de ofensiva neoliberal

El convulso sistema italiano de partidos refleja una reducción de las opciones políticas reales, y mientras la clase trabajadora lucha por encontrar una expresión electoral que refleje sus intereses

Stefano Palombarini 20/12/2022

<p>Matteo Salvini (Lega), Giorgia Meloni (Fd'I) y Silvio Berlusconi (Forza Italia), líderes de la derecha italiana.</p>

Matteo Salvini (Lega), Giorgia Meloni (Fd'I) y Silvio Berlusconi (Forza Italia), líderes de la derecha italiana.

Luis Grañena

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En las elecciones italianas de este otoño, una vez más, los votantes han vuelto a castigar a los partidos en el poder. Sin embargo, detrás de la conmoción originada dentro del sistema de partidos hay un estrechamiento de las opciones políticas reales, ya que los intereses de la clase trabajadora luchan por encontrar una representación en el ámbito electoral.

En las últimas tres décadas, los italianos han sido llamados a las urnas nueve veces para elegir un nuevo Parlamento; y nueve veces, los partidos que apoyaban al gobierno saliente han sido derrotados. La victoria de los Fratelli d'Italia, única fuerza de oposición al Gobierno tecnócrata de Mario Draghi, no era imprevisible. Tampoco ha sorprendido que en las elecciones generales del 25 de septiembre, la participación electoral, que ya iba en constante declive, haya alcanzado un mínimo histórico de posguerra: actualmente, apenas tres de cada cinco italianos votan (casi nueve de cada diez lo hacían en 1992).

Estas simples cifras nos dicen que la crisis que comenzó con la disolución de los principales partidos de la “Primera República”, como llaman los italianos al orden político que reinó de 1946 a 1992, sigue sin resolverse. Sin embargo, el resultado de septiembre puede interpretarse como un paso adelante quizá decisivo en la reestructuración del panorama político italiano. El escenario actual es completamente coherente con el dominio absoluto de la ideología neoliberal, que se impuso en el país entre las décadas de 1980 y 1990, y que ocasionó en gran medida la crisis política que dura ya tres décadas.

Hay que hacer una distinción esencial entre las alianzas sociales derivadas de la iniciativa política y las relaciones de poder en las esferas ideológica y cultural. Es de estas últimas de las que debemos partir para comprender las especificidades de la situación italiana, en la que el neoliberalismo es ahora el punto de referencia casi exclusivo no sólo de los dirigentes políticos, sino también de la gran mayoría de los ciudadanos.

Después de la izquierda

¿Cómo es posible que un país en el que la izquierda –comunista o no– fue capaz de alcanzar tamaño rigor intelectual, se sometiera tan enteramente a la hegemonía neoliberal en la corta década que abarca de mediados de la década de 1980 a principios de la década de 1990? Esta cuestión exige un análisis exhaustivo. El panorama mediático, totalmente controlado por magnates financieros e industriales, sin duda desempeñó un papel clave. Sin embargo, la trayectoria del antiguo Partido Comunista Italiano (PCI) y del Partido Democrático de la Izquierda, que heredó sus cuadros dirigentes y su electorado y los llevó hacia la creación de un nuevo Partido Democrático, fue sin duda decisiva.

En los 90, el abandono por parte de los poscomunistas de toda referencia al marxismo y su alineamiento con los principios de la “Tercera Vía” arrastró consigo una parte fundamental de la producción cultural “de izquierdas”

A lo largo de su historia, el partido de Antonio Gramsci había construido pacientemente importantes “fortalezas” en escuelas, universidades, editoriales y medios de comunicación. En la década de 1990, el abandono por parte de los poscomunistas de toda referencia al marxismo y su alineamiento con los principios de la “Tercera Vía” blairista –expresión directa de la ideología neoliberal– arrastró consigo una parte fundamental de la producción cultural “de izquierdas”. En esos mismos años, la derecha tomó nota de la crisis irreversible de las viejas prácticas de mediación democristianas. Gracias al impulso de Forza Italia de Silvio Berlusconi y de la Lega, esta derecha se esforzó por divulgar entre su electorado los principios fundamentales del liberalismo económico.

Hoy, después de treinta años de intensa labor política y cultural de los medios de comunicación y las clases dirigentes, esos principios guían la opinión que muchos italianos tienen de las relaciones económicas y de producción. En este panorama se asume que la deuda pública es una carga que las generaciones presentes dejarán a las futuras; que la prosperidad de un país depende de la competitividad de sus empresas; que esta competitividad está vinculada a la reducción de los costes de producción y a la “flexibilidad” laboral; que, por lo tanto, hay que reducir los impuestos de sociedades; que la única forma razonable de lograr un aumento del poder adquisitivo de los trabajadores es bajar los impuestos; etcétera.

Las reformas institucionales en los ámbitos laboral, sanitario, universitario y relativo a las pensiones que han remodelado los intereses sociales en una dirección coherente con el modelo neoliberal de capitalismo han sido cruciales a la hora de agudizar este cambio. Si los salarios son el resultado de acuerdos individuales o solo a nivel de empresa, las solidaridad de clase se debilita; si las pensiones ya no están vinculadas a una redistribución sino a la capitalización, se pierde una base fundamental para la solidaridad entre generaciones; si la educación se convierte en una inversión en capital humano que luego hay que monetizar, cualquier aprendizaje que no tenga un valor directo de mercado se devalúa.

El poder de una ideología se expresa en su capacidad para presentar como ilusoria cualquier propuesta política que difiera de su visión de la realidad. En Italia, quienes se apartan del universo neoliberal caen en el vacío

El poder de una ideología se expresa en su capacidad para presentar como ilusoria cualquier propuesta política que difiera de su visión de la realidad. El resultado en las elecciones de septiembre de la Unione Popolare, que reunió a tres partidos diferentes de la izquierda radical, demuestra que, en el marco hegemónico italiano, quienes se apartan del universo neoliberal caen en el vacío. Sin embargo, el último resultado electoral –que continúa la serie sistemática de derrotas de todos y cada uno de los gobiernos salientes– también habla de la dificultad de establecer, dentro del mundo neoliberal, un bloque social que apoye políticas que realmente se ajusten a sus intereses. Esta es la contradicción que está en el origen de la larga y difícil crisis italiana, y es de aquí de donde debemos partir si queremos comprender la actual reestructuración del paisaje político de este país. En su seno surgen paulatinamente tres alianzas sociales diferentes, todas ellas compatibles con la ideología dominante, pero marcadas por fragilidades que son resultado de diferentes estrategias de mediación.

El bloque burgués

La primera de estas alianzas corresponde a lo que Bruno Amable y yo hemos llamado “el bloque burgués”. Reúne a las clases que claramente son favorables a la transición hacia el modelo neoliberal de capitalismo y a un proceso de integración europea que empuja exactamente en esa dirección desde hace al menos cuarenta años. En las últimas elecciones, los partidos über-liberales Azione e Italia Viva son los que representaron este proyecto político más claramente. Pero en realidad, la iniciativa estratégica que está en el origen del bloque burgués procede del Partido Democrático, en los últimos años protagonista central de los gobiernos de Mario Monti, Enrico Letta, Matteo Renzi, Paolo Gentiloni y Draghi, todos ellos comprometidos en la supuestamente “necesaria” modernización (neoliberal) del capitalismo italiano. Esta perspectiva implica superar el eje izquierda/derecha y sustituirlo por la oposición entre proeuropeos y nacionalistas, o entre cosmopolitas e identitarios.

La perspectiva del bloque burgués implica superar el eje izquierda/derecha y sustituirlo por la oposición entre proeuropeos y nacionalistas, o entre cosmopolitas e identitarios.

Existe un ala interna de la izquierda que no acepta esta perspectiva y que habría preferido conexiones más fuertes con el Movimiento Cinco Estrellas (M5S). Pero, de hecho, se trata de una minoría, como demuestra no sólo la ruptura por parte de los demócratas de su acuerdo de “centro-izquierda” con el M5S de Giuseppe Conte, sino sobre todo la elección de adoptar la agenda del exbanquero central Draghi como programa electoral exclusivo. Esta agenda no es más que una larga lista de reformas estructurales de inspiración neoliberal que deben aplicarse para liberar progresivamente fondos del Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia (PNRR) postpandémico. La promoción acrítica de la agenda de Draghi se corresponde también con una afirmación de continuidad absoluta respecto a la acción de gobierno de la última década, que ya había producido la dura derrota de los demócratas en las elecciones de 2018.

Desde el punto de vista de las reivindicaciones expresadas por las clases que lo componen –centradas en la continuación de las reformas institucionales y el apoyo a la unificación europea–, el bloque burgués es, en efecto, coherente. Su debilidad reside en la exclusión de las clases populares, que han sufrido los efectos de las reformas neoliberales, y en que, como consecuencia, este bloque es minoritario en la sociedad italiana.

En septiembre, los Demócratas, Azione e Italia Viva obtuvieron el apoyo de casi el 30% de los empresarios, profesionales y altos ejecutivos, pero sólo el 18% de los pequeños comerciantes, artesanos y autónomos, y el 15% de los obreros. Entre las clases que disfrutan de una posición económica privilegiada, estos tres partidos obtuvieron resultados considerables: les votaron el 34 % de los del grupo de ingresos más altos y el 36 % de los del nivel medio-alto. Pero entre las clases de ingresos medios-bajos, este resultado combinado cae al 20 %, y entre los más pobres, solo al 13 %.

¿Una nueva derecha?

Por el contrario, el bloque social de derechas resultó ser ampliamente mayoritario en las elecciones de septiembre, con una base interclasista que permitió a Fratelli d'Italia, la Lega y Forza Italia obtener los votos del 41% de los empresarios, profesionales y ejecutivos, el 43% de los pequeños comerciantes y autónomos y el 56% de los obreros que votaron (y muchos de ellos no votaron).

La fragilidad del bloque de derechas se debe a razones diametralmente opuestas a las debilidades del bloque burgués. Su amplia base social expresa expectativas diversas y contradictorias, que van desde el apoyo a las reformas neoliberales hasta una fuerte demanda de protección, en particular de las clases trabajadoras, contra los efectos de esas mismas reformas. Sin embargo, en el marco de la hegemonía neoliberal, en la que la derecha italiana está perfectamente integrada, esta demanda no puede traducirse en una ruptura con la línea política económica de los gobiernos del bloque burgués.

Giorgia Meloni, recién elegida, esencialmente por su oposición al gobierno de Draghi, declaró en su primer discurso ante el Senado que “el PNRR es una extraordinaria oportunidad para modernizar Italia”, dejando claro que su gobierno “respetará las reglas actualmente en vigor” en la Unión Europea. La nueva primera ministra quiso “tranquilizar a los inversores” señalando que “algunos fundamentos de nuestra economía siguen siendo sólidos a pesar de todo: estamos entre las pocas naciones europeas con superávit primario constante”, lo que significa que el gobierno gasta menos de lo que ingresa por impuestos antes del pago de intereses. Insistió, para quien aún tuviera dudas, en que “la riqueza la crean las empresas con sus trabajadores, no el Estado por edicto o decreto. Así que nuestro lema será: no molestéis a los que quieren hacer cosas”.

La extrema derecha afirma que las condiciones de vida de las clases trabajadoras no se ven socavadas por las políticas neoliberales, sino por las amenazas a la identidad nacional, la migración, el cuestionamiento del modelo de familia, etc

De este modo, la derecha se proclama en total continuidad con el bloque burgués en los ámbitos laboral, sanitario, escolar y de la hacienda pública. ¿Cómo puede entonces responder a la demanda de protección que proviene de una parte importante de su base social, alimentando decisivamente y en particular el voto de los Fratelli d'Italia? 

La respuesta es la misma que la de la extrema derecha en toda Europa: afirma que las condiciones de vida de las clases trabajadoras no se ven socavadas por las políticas y reformas neoliberales, sino por las amenazas a la identidad nacional, la ola migratoria, el auge de la delincuencia, el cuestionamiento del modelo de familia tradicional, etc. Ni que decir tiene que la promesa de protección frente a enemigos artificiosamente creados y en gran medida imaginarios está destinada a decepcionar gravemente a la fracción socialmente más débil del bloque de derechas; aun así, les ha permitido llegar al poder.

¿Un bloque popular?

Una tercera alianza social, que compite con el bloque burgués y el neoliberalismo más identitario de la derecha, parece estar surgiendo como resultado del giro del Movimiento Cinco Estrellas. Ha abandonado paulatinamente sus connotaciones “antisistémicas” iniciales y ahora ocupa el espacio que la hegemonía neoliberal deja libre para una posición que podría –al menos vagamente– denominarse “de izquierdas”. A diferencia del Partido Democrático y de la Derecha, el M5S hizo campaña sobre los problemas relacionados con el aumento de la precariedad y la pobreza que afligen a una parte importante del país, especialmente en el Sur. Señalaba posibles respuestas en la consolidación de la “renta ciudadana” (en realidad, subsidios de desempleo, introducidos por este partido en 2019) que debería “mejorarse” reforzando las oficinas de empleo; en la introducción de un salario mínimo; y en el apoyo al poder adquisitivo de los asalariados mediante un recorte de los impuestos sobre el trabajo.

En comparación con 2018, el electorado de Cinco Estrellas se ha reducido en más de la mitad, pero ahora es mucho más compacto en su composición social y las expectativas que expresa

En comparación con 2018, el electorado de Cinco Estrellas se ha reducido en más de la mitad, pero ahora es mucho más compacto tanto en términos de su composición social como de las expectativas que expresa. Cinco Estrellas cosechó un apoyo significativo entre los desempleados (24%) y los estudiantes (25%), entre quienes viven en un estatus económico bajo (25%) o medio-bajo (18%), mientras que ocupa una posición mucho más débil entre los empresarios, profesionales y ejecutivos (12%) y entre quienes disfrutan de un estatus económico alto (10%) o medio-alto (11%).

Por el momento, el peso de esta alianza social es inferior al del bloque de derechas, así como al del bloque burgués. Sin embargo, podría crecer, tanto como resultado de las decepciones que el gobierno de Meloni está destinado a provocar como posible consecuencia de un hipotético cambio de línea del Partido Demócrata. La fragilidad de esta alianza radica en que se construye sobre un intento de paliar el sufrimiento social producido por las políticas neoliberales sin cuestionar la ideología que las enmarca y legitima. La “renta ciudadana” es sin duda mejor que el apoyo cero propuesto por la derecha. Sin embargo, se inspira explícitamente en la ley Hartz IV promovida por Gerhard Schröder en Alemania, que pretendía flexibilizar las relaciones laborales y acabó costando caro a los socialdemócratas alemanes en cuanto a apoyo de la clase trabajadora.

También es perfectamente compatible con las instituciones neoliberales la introducción de un salario mínimo, medida ya presente en la mayoría de los países europeos y en Estados Unidos, así como, por supuesto, el apoyo al poder adquisitivo a través de recortes fiscales. Conte, además, reivindicó con fuerza la autoría del plan de reformas estructurales incluido en un PNRR que –como hemos mencionado– guió la acción del gobierno de Draghi, sirvió de programa electoral al Partido Democrático y es tomado por Meloni como una extraordinaria oportunidad para modernizar Italia. En este sentido, el Cinco Estrellas ha ocupado la “izquierda” de la arena neoliberal; pero si volviera al gobierno, no podría responder satisfactoriamente a las preguntas procedentes de un bloque con fuertes connotaciones populares sin plantear explícitamente la cuestión de la ruptura con los principios fundadores del neoliberalismo.

Tres bloques sociales diferentes dentro de un espacio hegemónico compartido están destinados a producir un tiovivo, en el que los partidos se alternan en el poder pero persiguen una continuidad sustantiva en sus políticas públicas. Esto solo puede ocasionar una crisis de la democracia italiana. Para evitarla, en el plano político, debemos esperar lo que es posible. Esto significa el crecimiento del bloque popular que ha comenzado a reunirse en torno al Movimiento Cinco Estrellas –y una toma de conciencia, entre sus representantes políticos, de los límites que la adhesión a la ideología dominante plantea al desarrollo de una propuesta política convincente y eficaz–. Pero para dejar atrás el callejón sin salida en el que se encuentra, la democracia italiana necesita también trasladar el conflicto al terreno de la hegemonía –una operación ciertamente compleja dadas las actuales relaciones de poder–.

La hegemonía no se gana convenciendo a una audiencia televisiva, sino construyendo una visión compartida acerca del conflicto de clases

En Italia, muchos miembros de la izquierda se inspiran acertadamente en la experiencia francesa. Pero es un error pensar que el peso de la izquierda radical en Francia es simplemente el resultado de la iniciativa política de Jean-Luc Mélenchon. Si Mélenchon, con su innegable talento, consiguió dar contenido a su estrategia, es porque en Francia existía un espacio viable para la izquierda antineoliberal, abierto y estructurado por una larga serie de luchas políticas y sociales. Entre ellas, el referéndum sobre Maastricht en 1992 y el voto popular contra el proyecto de Constitución europea en 2005; las huelgas de la década de 1986-95, que culminaron en el movimiento contra la reforma de las pensiones del primer ministro Alain Juppé; los movimientos estudiantiles, de funcionarios y de trabajadores precarios de la década de 2000, después el que se dirigió contra las reformas de los contratos para jóvenes de Dominique de Villepin; las huelgas contra la reforma del código laboral de François Hollande; y, más recientemente, el movimiento de los gilets jaunes.

La hegemonía no se gana convenciendo a una audiencia televisiva, sino construyendo una visión compartida acerca del conflicto de clases. Y es desde el conflicto de clases –en escuelas, universidades, fábricas y hospitales– desde donde Italia debería volver a partir, si quiere salir de la trampa en la que ha caído.

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Este artículo se publicó originalmente en inglés en Jacobin. 

Stefano Palombarini es profesor asistente de Economía en la Universidad París VIII. Es coautor, junto a Bruno Amable, de The Last Neoliberal: Macron and the Origins of France's Political Crisis.

Traducción de Paloma Farré.

En las elecciones italianas de este otoño, una vez más, los votantes han vuelto a castigar a los partidos en el poder. Sin embargo, detrás de la conmoción originada dentro del sistema de partidos hay un estrechamiento de las opciones políticas reales, ya que los intereses de la clase trabajadora luchan por...

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Stefano Palombarini

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