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LIBROS

En defensa de la autoayuda

A propósito de ‘El murmullo’ de Belén Gopegui

Andrea Toribio 5/04/2023

<p>Biblioteca.</p>

Biblioteca.

Pixabay

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Me gusta hacer scroll en Instagram, perder el tiempo en internet. Cantar James Blunt cuando recuerdo algún verso de alguna de sus canciones, sermonear en Twitter. O decir cosas que no pienso y que tampoco hago. Cada día me acojo a un mantra distinto, cada día creo que aprendo algo nuevo. Vivo a base de pequeñas mentiras que me cuento para poder dormir y que no me hormigueen el lado derecho e izquierdo de la cara. También para no hacer trabajar a mi tiroides de más y hacer creer a todo el mundo que he reducido el gluten por salud, que me estoy cuidando, vaya. ¿Por qué estás viviendo así últimamente?, me pregunto para mis adentros, y recuerdo el verso de Dionisio Cañas que tanto me gusta y atormenta, como un susurro: “NO TIME NO TIME NO TIME”. Tal vez porque estoy perdida –así me siento–, hubo un momento en el que creí que debía leer algún libro que me ayudara a pasar esta etapa. Cuando pienso en títulos que me puedan echar una mano, suelo volver sobre algún texto ya leído que me ayudó en otro momento en el que no estuviese bien. Releo Buena alumna, de Paula Porroni. Sensacional. Releo Tiempo de cerezas, de Montserrat Roig, y me entusiasmo como la primera vez. ¡Pero no me ayudan, no me siento ayudada! ¿Acaso ha de ayudarme un libro a superar la tristeza? You’re beautiful, you’re beautiful, it’s true…

Con todo, trabajo desde hace casi un par de años en un sello con gran ambición y proyección comercial, dentro de un voluminoso grupo editorial, y los títulos de autoayuda forman parte indispensable del catálogo: autoayuda, testimonio, memorias, crecimiento personal, coaching… Llegué siendo una lectora bastante insoportable de agudezas, y este trabajo me ha permitido entender muchas cosas del mundo en el que leo y vivo. Este trabajo me ha hecho además entender dos cosas que ahora creo indispensables en y para el buen desarrollo del mismo. Por un lado, la importancia de escuchar lo que la gente quiere decir y quiere escuchar, y esto es algo que solo se resuelve saliendo a la calle o acabando a horas intempestivas en tu móvil en el canal de Kiko Matamoros y su novia Marta López Álamo. O en el de Yoli la de Gran Hermano. Todas tenemos nuestro guilty pleasure, y no siempre va a ser Jane Smiley. Por el otro, lo importante que es saber a quién te diriges cuando lanzas un producto a la sociedad de consumo, que no siempre tiene por qué ser un producto cultural. Un puñadito de hojas encuadernadas puede ser un libro, pero este no siempre ha de ser sagrado o icónico, sanador o elegante en su aterrizaje espiritual para contar algo a alguien que le atrape por completo. O no para todo el mundo. ¿Es esta la clave? No para todo el mundo, ¿o sí? Lo que quiero decir es, ¿puede un libro ayudarnos? Y si es así, ¿a qué exactamente? Ni como lectora ni como trabajadora del sector encuentro respuestas a preguntas que no sabía ni que tenía.

Lo importante que es saber a quién te diriges cuando lanzas un producto a la sociedad de consumo

Siempre he pensado que el conjuro que los libros organizan en torno a nuestra intimidad es como un hechizo que promueve una conversación con alguien que nos es muy próximo de forma súbita. No obstante, la ficción que proyecta el libro de autoayuda se ocupa del aquí y del ahora, de los problemas sistémicos que envenenan a las sociedades contemporáneas, y se encarga de situar a la conciencia de quien lee en un papel protagonista. El libro de autoayuda planea para el lector una supercelebración de quinceañera, le coordina o le gestiona las emociones: ordena su intimidad con las palabras del mundo. Si Carmen Martín Gaite viviese hoy, diría que los libros de autoayuda hablan con manzanas, y no con ideas. Sin embargo, las ficciones literarias no acostumbraban a abordar la inmediatez, pese a que ahora esa tendencia está en pleno desarrollo, trance y transformación. Además, la conciencia que recorre el texto literario no es otra que la de su autor, y no, no hay fiesta, la consumición te la pagas tú, y es la intimidad del escritor organizada gracias al lenguaje con lo que te topas. Si tus anhelos más preciados se entienden con el del escritor con el que charlas, puedes darte por satisfecha: han sucedido ante ti la magia y el misterio.

Volviendo ahora sobre los conocimientos generales (muy muy generales) que la población de a pie, no quien escribe los suplementos culturales, pueda tener sobre las noticias en torno a la producción editorial, todo el mundo sabe que Paz Padilla ha publicado un libro. Esta apareció saludando a los reyes en el Premio Cervantes de Literatura. Pues bien, no todo el mundo sabe que Deborah Eisenberg se publica ahora en España. ¿No para todo el mundo decíamos? Es curioso porque debemos vivir con máximas que se nos inculcan desde todos los estratos, sectores sociales, áreas productivas, redes y medios de comunicación de la ideología que sea: “Vives en una sociedad que promueve el bienestar”, “Trabaja y conseguirás lo que te propongas, ya lo verás”, “Puedes estar agradecida: vives en una sociedad de iguales”, “No estés triste y mira por ti”. Si esta transformación de ciertos lemas en nuevos refranes populares que fomentan el imaginario del “Tú eres tu proyecto” es lo que vamos a experimentar, habrá que iniciar una búsqueda de un elemento que nos permita trazar el dibujo del cuerpo enfermo. Ese elemento es para mí –como he venido anunciando– el libro; concretamente, el hecho de que este pueda convertirse en asidero.

Pensemos. Por ejemplo, si para mi bienestar necesito releer o leer un título que me conduzca a espacios queridos y de bienestar, ¿qué diferencia puede existir entre ese acto mío o decisión y el de un “igual” que acuda a un libro mal llamado de autoayuda y le proporcione el mismo soporte que a mí? El asiento del metro es el mismo, el desasosiego es idéntico. Ambas ciudadanías buscan apaciguar su malestar en la lectura, ambas ciudadanías buscan estamparse contra un texto, aislarse en él, que es algo que le pasa a todo el mundo. Todos queremos descansar por fin en algún lugar sin que nos duela el alma. Pero hay dos libros, no hay uno solo, y lo curioso es que nacen de la misma fuente: el afán por comunicar algo.

Todos queremos descansar por fin en algún lugar sin que nos duela el alma

Honestamente, dudo que haya ningún análisis voluntarioso en ninguna dirección sobre esta paradoja en lo que ahora creemos que es el conjunto de la sociedad: Twitter. Llegados a este punto, te preguntarás por qué estoy armando esta retahíla de pensamientos alrededor de los libros de autoayuda, de ayuda o de soporte emocional. El libro como algo que te acompaña. Alguien ha de estar, en fin, de guardia y al tanto de estas y otras cuestiones. Alguien que sepa observar, no juzgar, escuchar ese leve runrún que no para. Pero esa persona no soy yo, sino Belén Gopegui, y gracias a que recientemente ha publicado El murmullo (Debate, 2023), un libro que nace al calor de su tesis doctoral, podemos tener esta conversación.

Hay tres motivos por los cuales el libro de Belén me interesó tanto. Primero, porque de su lectura se extrae una conclusión muy importante. El nivel de accesibilidad a lo que nos contamos entre todos para pasar este ratito que es la vida manifestado a través del ocio, la cultura o el entretenimiento es engañoso por su aleatoriedad. Los libros favorecen ese acceso a la conversación colectiva, constituyen una herramienta. Pero es el mercado editorial y sus dinámicas las que remueven los pilares básicos que definen los conceptos nombrados: ocio, cultura y entretenimiento, y es sobre todo el acceso a los productos o medios culturales –ya pertenezcan a la alta o a la baja cultura– por parte de las personas y sus circunstancias materiales lo que condiciona quiénes pueden y quiénes no pueden participar de la conversación.

En segundo lugar, porque me ha hecho reflexionar sobre lo inmersos que estamos en una cultura que fomenta conservar lo que uno tiene si es útil y desechar aquello que no le sirve si no resulta práctico. Una cultura que visibiliza un horizonte: “La cura del miedo la tienes tú”, como diría Bad Bunny. Todo en el presente: porque el hecho de ahuyentar los pensamientos negativos forma parte de esta lógica que Belén señala con discreción y que nos advierte del borrado del futuro.

El tercero y último, y quizás el más sorprendente, es que de pronto me pareció buena idea, tras terminar El murmullo, concederle un baile agarrado a la existencia y la pervivencia de los libros de autoayuda. No debo estar muy bien, qué le vamos a hacer. Alguien tendrá que sacarme a bailar.

La estructura de El murmullo es también interesante. Nos encontramos con una primera parte en la que se aborda de manera teórica el fenómeno de este tipo de literatura, y se emplea un aparataje crítico que pudiera parecer inusual, pero que no lo es tanto. Quienes consideren que el material, la literatura de autoayuda, no es susceptible de revisarse con utensilios críticos de alto voltaje –César de Vicente Hernando, Rendueles, Debra Gobrin, Papalini o Helena Béjar– es que no han entendido nada, y que pertenecen al mismo grupo de personas que consideran que la autoayuda es un insulto intelectual para el statu quo. A veces resulta escandaloso que ciertos autores desprecien este tipo de libros por dos motivos. El primero, porque debieran estar al tanto de que la impostura o rechazo hacia un tipo de manifestación cultural de masas es hoy en día más que nunca un lugar común, responde a la soberbia. El segundo, porque el libro es un objeto que despliega un ecosistema y que, como todo entorno regulado por unas leyes naturales, la existencia de unos contribuye a la de otros. ¿Será que la guerrilla cultural no es más que un combate por la atención de las masas? Reduciéndolo a otro registro, y en otros términos, la diversidad bibliográfica es un pilar cultural imprescindible, y tan importante es la presencia de unos como de otros para que el sujeto pueda aprender a diferenciar discursos, desarrollar una mirada crítica y quizá gestar un tópico, dar con un gusto propio. Todos los libros son necesarios y ningún libro es necesario. La segunda parte, quizá no tan interesante, es un manual de uso para usuarios que deseen solicitar ayuda, en el caso de que así sea. Más sugestivo resulta a este respecto el título publicado anteriormente por Belén Gopegui, Existiríamos el mar (2021), donde el plan de acción no es un gesto, como esta segunda parte, sino una acción completa.

Todos los libros son necesarios y ningún libro es necesario

Sobre El murmullo, que además lleva como subtítulo: “La autoayuda como novela, un caso de confabulación”, hay que hablar, y mucho. Hablaremos de su primera parte, eso sí. En relación al subtítulo, este te interpela y te obliga a que te detengas, ya que te propone dos cosas: por un lado, sitúa una categoría de la literatura comercial al mismo nivel que uno de los moldes literarios por excelencia. Esto es, trata a “los libros de autoayuda como ficciones narrativas”. Por el otro, anota la palabra “confabulación”, lo que indica un acuerdo silencioso entre personas pretendidamente iguales hacia otras que pueden serlo o pueden no serlo.

Así las cosas, metámonos en harina, comentemos El murmullo un poco. Unas palabras del escultor Jorge Oteiza marcan el camino que seguirá el texto de la autora, pues no es el arte lo que experimenta transformaciones, sino los distintos lenguajes que lo componen. Y así lo confirma Gopegui unas líneas más adelante, cuando argumenta que no es posible separar lo que el sujeto siente de los procesos que lo construyen e integra el poder de la lectura como uno de esos procesos que pueden constituirlo. Durante nuestras indigestiones afectivas entendemos que la autoayuda tiene como objetivo aliviar las angustias contemporáneas. ¡Pero también las novelas cumplen con ese desempeño! La aparición de este tipo de textos son tan solo uno de los síntomas de un profundo malestar social que se ha instalado entre nosotros, y que nos exime de cualquier responsabilidad heroica, algo absolutamente llamativo si tenemos en cuenta que en los títulos de autoayuda el “yo” del lector es un “yo” heroico, una ficción que actúa como motor de inspiración para el autor del texto. Pero, un momento: ¿no es la novela la narración del viaje de un héroe?

La invención de un “yo” para el lector es la clave de bóveda de la escritura de ambos modelos: ante el “quebranto anímico”, que anota Belén Gopegui, el alumbramiento de un acto fundacional que no ha tenido lugar más allá de las páginas del libro. La autoayuda es un producto de la sociedad de masas, ¡pero es que la novela también lo es! La novela es susceptible de masificarse con independencia de los elementos que la integren por dentro –temática, lector implícito, extensión–, y los elementos que la sitúen por fuera –el mercado, campañas de márketing y redes sociales, prescriptores, medios de comunicación, el boca a boca–. En El murmullo también se cuela Eva Illouz (oh, no, ¡otra vez tú!) para recordarnos que el modelo de la autoayuda obedece a la lógica del “romance entre la psicología y la cultura popular”, algo que nos permite intuir que el escritor o escritora de novelas, a diferencia del de este tipo de libros que comentamos, no incorpora la dimensión ideológica en la redacción de su texto. La ideología en los libros de autoayuda se encuentra dentro de los textos y también fuera, aunque sea una esfera que al lector de estos no le importe o no le interese especialmente. No es esa su búsqueda o anhelo de interlocución. Siguiendo a Illouz, podríamos decir que el modelo de la autoayuda obedece a la lógica del “romance entre la psicología, la cultura popular y la ideología”. No por nada, sino porque como subraya Gopegui, “la mayor parte de estos libros de divulgación incorpora una crítica a determinados aspectos de la cultura vigente”, y porque incorporar la ideología nos permite incorporar también la pertenencia a una clase. No ocurre así en las novelas donde la ideología de quien escribe pertenece al ámbito de su intimidad. Aquí comienza lo notable: la elección entre la verdad o la ficción, a favor de un posible diagnóstico de lo que a la ciudadanía le preocupa.

En ambos escenarios, el de la novela y el de la autoayuda, se recoge la temperatura de lo que sucede, pero es el tiempo quien resuelve su diferencia (o resolvía) para deshacer el empate de su uso y práctica. Las novelas se ocupan de lo que nos preocupaba antes, de lo que nos preocupa hoy y de lo que nos preocupará mañana, no así la autoayuda, que se encargaba del terreno de lo localizable y subsanable en el presente. Esta es quizá también la clave de su obsolescencia, la obsolescencia de los libros de autoayuda: en las librerías de viejo encontramos multitud de títulos de autoayuda de hace unos años que abordan problemáticas cuyos conflictos, que no lo eran tanto, ahora nos hacen reír. ¡Ahora estamos peor que entonces, y ya no nos sirven sus mensajes! ¿Por qué entonces tengo la impresión de que las novelas que se están publicando se ponen mustias de pronto y no duran en el imaginario? Una cosa que no se nombra mucho en El murmullo es el mercado, y es quizá lo que ha permitido estar hablando de dos cosas que podrían considerarse diametralmente distintas y que se colocan ahora en la misma balda del colmado, la autoayuda y la novela. Si no se nombra mucho algo es porque se nombra continuamente. El motor de las novelas acostumbraba a ser el conflicto tomado, en palabras de Gopegui, “como una vía posible de actuación”, pero creo –con muchísima tristeza– que la novela ha empezado a prescribir soluciones, y que ha olvidado la operativa que el tiempo despliega, que es no recetar nada, no dar la tabarra, no sermonear. Entretener, desocupar.

Quizá lo único que quisiera expresar con algo de verdad y sinceridad –o que quedase tras la lectura de este texto que me ha quedado tan irremediablemente largo– no es otra cosa que: “No me ayudan los libros ni tampoco las personas que los escriben, me ayudan las personas sin intermediarios ni lenguajes mediados por el mercado, la ideología o la comercialización de la primera persona tanto del singular como del plural”. Esto es para mí el nuevo “Me ayudan mis amigas y no la policía”. Ah, y Bad Bunny, las personas y Bad Bunny y decir, de vez en cuando, cosas como que solo hay que mandar a freír espárragos a la gente correcta o que la belleza está hecha para la honestidad y no para la sinvergonzonería. You’re beautiful, you’re beautiful… it’s true.

Me gusta hacer scroll en Instagram, perder el tiempo en internet. Cantar James Blunt cuando recuerdo algún verso de alguna de sus canciones, sermonear en Twitter. O decir cosas que no pienso y que tampoco hago. Cada día me acojo a un mantra distinto, cada día creo que aprendo algo nuevo. Vivo a base de...

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Autora >

Andrea Toribio

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1 comentario(s)

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  1. joamella

    Todos los libros son necesarios y ninguno es necesario. Es lo mismo que decir que todas las ideas son necesarias y ninguna es necesaria. ¿Adónde conduce esta frase? La conclusión de la misma es que carece de importancia lo que se diga o haga. Solamente en el yo, deducción lógica de tal premisa, se puede encontrar el bienestar, la felicidad. Un yo separado del contexto en el que se convive, separado de la historia que nos precede y de la que se vislumbra. Es la entronización de un Yo desgajado del tronco social lo que explica el auge de los libros de autoayuda y, también, el de todas las prácticas y teorías que van de la mano de budistas, taoistas, yoguistas y demás afines. ¿No es motivo de reflexión y preocupación tal auge?

    Hace 11 meses 17 días

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